Todos lo llaman el hermano Flavio. Se lo encuentra uno los domingos por las mañanas en la entrada del cinema de un centro comercial donde no hay matinales para niños pero la sala está llena a reventar. Tiene 38 años que no los aparenta y es un tipo nada discreto y exageradamente amable. Sus manos no tienen señales de trabajos distintos al escritorio.
Un día le dijeron en la facultad de ingeniería civil que no serviría para levantar ni la estructura de una casa de juguete y se lo creyó. Entonces se fue hacer la fila de los que no saben que hacer en la vida. Lavó platos en la Florida, barrió parques en Nueva York y recogió cangrejos en Baltimore. Y en una de esas tardes de pesca bajo los rigores del sol, asegura frunciendo el ceño, que un ángel le habló sobre su futuro. Desde entonces lee cada año el libro sagrado desde el Génesis al Apocalpisis. Cada año, una y otra vez. Se ganó el pan hablando de los milagros de Cristo en la iglesia cristiana en la que se inició en Brandenton, Florida, cinco años atrás.
Se lo encuentra uno en las mañanas de domingo, predicando en el cinema, con la pantalla tras su espalda y frente a unas 400 personas, los milagros de Dios. Le imprime a su sermón un acento de gringo que apenas puede pronunciar el español. Los ojos le brillan cuando el publico grita aleluyas y le aplaude. Tiene el don del verbo. El mismo que catapultó a muchos desde tiempo de Demóstenes y Hitler hasta nuestros días. Y es que sabe mezclar la actualidad con la historia sagrada, compara con destreza las gestas de David contra los filisteos con los goles de Messi en la Champions League.
Al principio llegó a los asuntos de la fe con algo de timidez porque entraría a competir contra pastores experimientados que contaban con varios milagros a cuestas. Ahora ya lleva tres años de predicas con uno que otro milagro y logrado emparejar las cuentas. Tiene 3 asistentes jóvenes y bellas que aseguran que es atractivo y salomónico. Destacan la manera en que resuelve las diferencias entre las ovejas de su redil; los obliga a dar más que el otro a la hora del diezmo y asunto resuelto.
Se sabe la Biblia de cabo a rabo y no puede dejar de citar algún pasaje a la hora de hablar. Una gruesa pulsera de oro se resbala debajo de su manga derecha mientras te señala algún versículo sagrado. Es un tipo moderno; consulta sus redes sociales y tiene página en Internet en la que anuncia una lucha frontal contra "el maligno". Sueñas con levantar su iglesia y expandirla por todo el país. No conoce Jerusalem ni la tierra santa. Ni creo que le importe. Tiene programada una gira por el suroriente de Colombia en los próximos meses. Se atribuye varios milagros y asegura, muy serio, que tiene pruebas de ciegos a los que les devolvio las vista y exparalíticos que ahora trotan todas las mañanas.
Está lejo de ser un santo y lo esconde muy bien, que es como si lo fuera. Esto te lo dice con un cinismo piadoso antes de saltar al escenario, Biblia en mano, para expulsar a un demonio que tiene atolondrado a un anciano. Flavio te cuenta esas cosas con serenidad, mientras acomoda su corbata de seda azul turquesa bajo su saco de paño y una de sus asistentes le sacude la solapa, luego de guardarle el celular.
Llegar a Flavio no es tan fácil como parece. Hay que contactar a alguno de los 12 hombres de traje negro que vigilan el interior del cinema. Y luego de que te pregunten dónde vives, en qué universidad estudias (hay que nombrar alguna de las más costosas) entonces te llevan a conocer al hermano Flavio. Finalmente el pastor te da la mano y con una sonrisa de vendedor de seguros te invita a participar de todas las actividades de la División Juvenil Cristiana tiene para ti.
Después de un par de horas más allá del medio día, cuando todos los demonios han sido expulsados, los milagros y sermones celebrados, los fieles se van marchando lentamente. Flavio recibe de una de sus asistentes una gran bolsa plástica repleta de billetes y monedas. Con una mano aprieta la bolsa contra su pecho, y con la otra lleva su Biblia.
Satisfecho, como en Baltimore, cuando sacaba cangregos.